Clara

Clara, lo ve todo en blanco y negro, como dice la canción. Lo verde, que no es verde de noche, la rodea en un abrazo fresco. O quizá, se está abriendo paso entre una maleza que quiere atraparla. 

La vemos de pie, en medio de la soledad del bosque. Clara se sorprende por la precisión con que los árboles acomodan sus frutos exquisitos dentro de esas bolsitas de madera.

De pronto, se retrae el trabajo de los robles. Parece que cruza un navío de otros mundos con su luz conmovedora. Clara, sin saber por qué, siente miedo, e intenta huír. Aunque esa nave astral ha hecho crecer cosas nuevas, —y un duro cantero de azucenas la detiene.

En las sendas, Clara piensa cosas puras. Ella al lado de sí misma, fugitiva, pensativa, en medio de las flores más oscuras. Después, muy lejos, en la sombra densa de aquel íntimo bosque rumoroso, muere a solas sobre el blando césped.

Más tarde, arriba, en medio de la luz inmensa, ¡ah, amiga del silencio más hermoso! Clara se encuentra a sí misma, otra vez, llorando. Y al escapar —como una ardilla—, su lloro tiembla aún con cada hoja.

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